Las marcas brindan a sus usuarios beneficios funcionales, emocionales, sociales o una combinación de estos. Las marcas y modelos de vehículos son un buen ejemplo de esta realidad. Cumplen con la función de transportar a quien lo maneja, son un innegable símbolo de estatus y reflejan aspectos de la personalidad de su dueño.
Hay estudios que lo confirman y no es fortuito el éxito y supervivencia de marcas automotrices que se han sabido adaptar a las necesidades de los consumidores y aprovechar las tendencias.
En los 60´s los autos buscaban mimetizarse con la carrera espacial, eran enormes, poderosos y con aletas aerodinámicas.
En los 70´s el precio de los combustibles obligó a la industria a buscar eficiencia y a brindar opciones a una generación que buscaba romper con todo lo que sus padres tenían o representaban.
En los 80´s y 90´s aparecieron las “Vans”, familiares y hogareñas y comenzaron a desaparecer las icónicas “station wagon” que habían sido el icono de la maternidad y las familias unidas.
El 9/11 del 2001 cambiaron muchas cosas y entre ellas las necesidades de los consumidores de vehículos, que de pronto buscaban sentirse protegidos frente a amenazas externas y entran a circular vehículos como el Hummer que en sus versiones originales fue un vehículo de guerra.
Hoy es una tendencia mundial la posesión o el anhelo de conducir un 4x4, SUV o una enorme camioneta, no importa si el dueño nunca saldrá “off road” y requiera doble tracción o cargar un peso que justifique su espacioso balde; lo importante es que la ilusión de libertad se materialice. Una vez más las emociones inciden sobre las compras.
Un estudio reciente de la empresa Strategic Vision en USA indicó que el 98% de estos vehículos jamás salen de la ciudad. La data levantada en diversos estudios indica que existe la necesidad emocional de sentirse libre y seguro de transitar por todos los caminos y en cualquier condición climática, a partir de la pandemia del Covid 19 esto se profundizó. Es tan palpable que las tradicionales marcas de autos de lujo, Mercedes Benz, BMW, Cadillac, entre otras, están enfocadas en la comercialización y diseño de vehículos SUV.
El diseño de estos vehículos es cada vez más agresivo y poderoso, basta fijarse un poco en la mascarilla frontal de la mayoría, cada uno es menos amigable y más feroz que el otro. La época en que los autos mostraban “miradas felinas” y sonrientes mascarillas parecería haber terminado. La elegancia sutil y discreta de muchas marcas está en vías de extinción, estas han mutado por diseños que nos preparan a vivir ya no en el mundo donde la cortesía y el buen gusto son valores importantes, sino en el de los “Rápidos y Furiosos” o peor aún en el distópico de “Mad Max”.
Nuestro país no es la excepción a la regla, de acuerdo a cifras de AEADE el segmento SUV representa alrededor del 40% del mercado. Los precios de estos van desde los $18.000 (Changan, Fiat, Chery) hasta los de alta gama que sobrepasan con holgura los $100.000 como Porsche $136.000, Mercedes $142.000, Maserati $145.000 y Land Rover $259.000.
Hay para todos los gustos y presupuestos. Lo interesante es que a través de la comunicación masiva no se establecen diferencias racionales que justifiquen los precios. El equipamiento estándar de los que están en el piso de la pirámide es muy similar al de los que están en la cima de ella. Precio, marca y origen siguen siendo los grandes discriminadores.
Si antes quien compraba un convertible rojo era un aventurero, joven (de edad o espíritu) y enamorador; quién conduce un SUV podría decirse que es un inseguro en búsqueda de libertad que algún día saldrá a buscarla fuera de las calles de la ciudad. Qué opina usted?
Horacio Chavarría P.
Presidente Ejecutivo Alterno y Gerente General de OI Comunicaciones, asociada a Fleishman-Hillard. Experto en Consultoría Estratégica, Manejo de Crisis, Relaciones con la Prensa, Media Training, Comunicaciones internas y soporte a Marketing.
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