Se dice que carisma es la capacidad de atraer, influenciar y cautivar a las personas. Diversos pensadores han lanzado teorías sobre él. Max Weber fue el primero en elaborar de manera clara el concepto, destacar su importancia y analizarlo en profundidad. Lo tomó de la noción paleocristiana de carisma: don de gracia. Él intentó explicar su potencial para transformar y renovar las sociedades.
Es común escuchar qué fulano es carismático y usualmente se utiliza para describir a alguien cuya presencia se hace notar y que transmite sus ideas de manera que convence, muchas veces sin necesidad de análisis, a las personas. Y esta característica o don la hemos experimentado con profesores, vendedores, religiosos, líderes gremiales, políticos e incluso con miembros de nuestro entorno cercano. Hay personas con las que resulta imposible no sentir su presencia cuando entran a un sitio o cuando comienzan a hablar.
En el panteón de los líderes políticos modernos se encuentran héroes como Churchill o Kennedy, y villanos como Hitler, Stalin y Castro, a quienes no se les puede negar que tuvieron el don de gracia para promover sus ideas e implantarlas, unos democráticamente, otros a sangre y fuego.
Anteriormente el carisma fue uno de los requisitos indispensables para ganar una elección, particularmente cuando las campañas se realizaban con grandes concentraciones que sucumbían al encanto de las palabras redentoras de los candidatos; en nuestro país grandes políticos con talla de estadistas no llegaron a la presidencia por la carencia de este talento.
A partir de la irrupción de la TV en las campañas electorales el carisma se volvió todavía más relevante. Se podía potenciar de manera exponencial a un líder carismático seleccionando ángulos de cámara, tonos de vestuario, peinado y adecuación del mensaje al nuevo medio, que a pesar de ser masivo, comunica de manera individual, pues cada uno decodifica el mensaje a su manera.
Algunos consultores de campaña intentaron ‘construir’ carisma y fracasaron, simplemente no es posible; los resultados fueron desastrosos. A pesar de ello, muchos han sido elegidos sin ser carismáticos. Hoy las circunstancias, los mensajes y quiénes son los oponentes son más importante que el carisma.
Para Daniel Eskibel la función del consultor es como la de Miguel Ángel, que al esculpir sobre roca decía que la escultura ya estaba dentro del bloque, que tan solo había que eliminar lo que sobraba. De acuerdo a eso, tan solo hay que eliminar del candidato, o al menos disimular, los rasgos de su personalidad que no aportan a construir una imagen de líder ganador.
Lo que está claro es que ni el liderazgo político, ni el carisma político los crea el ‘marketing’ político.
Hoy vemos en Argentina la irrupción de un político tremendamente carismático, la manera de expresar sus ideas, en momentos brutal, hace que se lo ame o lo odie, pero el momento y las circunstancias de ese país lo han convertido en un candidato con grandes posibilidades de ser elegido presidente.
En nuestro país ocurre todo lo contrario, se enfrentarán en la segunda vuelta candidatos que no se los puede definir cómo carismáticos; ninguno electriza a la audiencia con su verbo ni con su presencia. Hoy las redes sociales nos hacen vivir la “ilusión de la comunicación”, donde se muestra lo bueno, lo malo y lo feo de los candidatos, sin filtro alguno; desbaratan cualquier intento de impostura y hacen evidente el falso carisma. Sumemos a esto las ‘fake news’ y los memes.
La autenticidad, la capacidad de mostrarse cercano a la gente y empatico con sus necesidades y preocupaciones es lo que definirá la elección. Al final la percepción superará una vez más a las ideas.
Horacio Chavarría P.
Presidente Ejecutivo Alterno y Gerente General de OI Comunicaciones, asociada a Fleishman-Hillard.
Director Ejecutivo del ITSU. Instituto Tecnológico Superior Urdesa.
Experto en Consultoría Estratégica, Manejo de Crisis, Relaciones con la Prensa, Media Training, Comunicaciones internas y soporte a Marketing.
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